
Hay una costumbre en la Basílica de la Virgen en Valencia que tiene una fuerza popular fuera de lo corriente. Me refiero al llamado “besamanos de la Mare de Déu”. Desde la madrugada hasta altas horas de la noche, van pasando decenas de miles de hombres y mujeres de todas las edades y condiciones: niños, jóvenes, adultos, ancianos. Todo un pueblo se pone en pie para pasar horas en una fila inmensa hasta llegar a la imagen de la Virgen de los Desamparados y darle un beso en la mano. Es el agradecimiento de un pueblo que sabe que cuando la Santísima Virgen María dijo “sí” a Dios a través del ángel, Jesús fue concebido y con Él comenzó la nueva era de la historia, que se sellaría después en la Pascua como nueva y eterna alianza. María con su “sí” abrió el cielo en la tierra. El “sí” de María es el reflejo perfecto del “sí” de Cristo cuando entró en el mundo, pues en Él se cumplen las palabras de la carta a los Hebreos que nos dice refiriéndose a Cristo: “He aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad” (Hb 10, 7). ¡Qué maravilla! ¡Qué gracia! La obediencia del Hijo se refleja en la obediencia de la Madre. Con estos dos “sí”, Dios pudo asumir un rostro de hombre. Con el “sí” de María se preparó aquí en la tierra la morada para Dios, es decir, con cuerpo y alma se transformó en su morada y se abrió la tierra al cielo. ¡Cómo no besar la mano a María!
Por otra parte, el “besamanos” tiene una significación especial: besar la mano de quien fue el primer ser humano que tocó a Dios, que palpó la presencia de Dios en su vida y en esta historia, es besar una mano sagrada a quien el mismo Jesucristo ha encargado que sea nuestra Madre, para que Ella nos dé su mano, nos cuide y nos guíe. ¿Por qué entre todas las mujeres Dios escogió precisamente a María? Es cierto que la respuesta a esta pregunta se oculta en el misterio insondable de la voluntad divina, pero me atrevo a decir un motivo que, además, el Evangelio pone de relieve: su humildad. Lo dice la Virgen en el canto del Magníficat que es un tejido hecho de Palabra de Dios. Ella se encontraba en su casa, pues vivía de la Palabra de Dios y estaba penetrada de la Palabra de Dios. Esta humildad la confiesa María en el canto del Magníficat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor… porque ha mirado la humildad de su esclava” (Lc 1, 46; 48).
En el “besamanos” a la Mare de Déu, expresamos que queremos y deseamos vivir con las mismas afirmaciones que realizó la Virgen María en su existencia y que se resumen en tres decisiones que tuvo: “escuchar”, “creer” y “anunciar”. Al dar ese beso de hijos a María, nuestra Madre, queremos decirle que nosotros deseamos vivir como Ella y por eso le pedimos su intercesión para vivir escuchando, creyendo y anunciando:
1. Vivir escuchando: Escuchó la Palabra de Dios con tal intensidad y con tanta constancia que se dejó hacer por la Palabra. De tal manera que podemos decir que hablaba con palabras de Dios, pensaba con palabras de Dios, sus pensamientos eran los pensamientos de Dios, vivía de la Palabra de Dios, estaba penetrada de la Palabra y, por ello, siempre actuaba penetrada de la luz divina que la hacía irradiar amor y bondad. Besar la mano de la Virgen es decir, desde lo más profundo del corazón, que nos acercamos a ti, Madre, porque tú piensas con Dios y nosotros queremos pensar bien. Venimos junto a ti porque tú hablas con Dios y nosotros queremos hablar bien. Nos acercamos porque tus criterios de juicio son válidos para todas las cosas del mundo y los queremos aprender de ti y ser sabios y prudentes. Madre, eres fuerte y valiente, vives con la fuerza de Dios y ello no sólo te hace resistir al mal, sino que eres promotora del bien en el mundo.
2. Vivir creyendo: ¡Qué acto más profundo de fe nos regala en ese “sí” que da a Dios! María pertenecía a esa parte del pueblo de Israel que esperaba con todo su corazón la venida del Salvador. Ella aguardaba la venida del Señor con gran ilusión como todo el pueblo de Israel, pero no se podía imaginar cómo se realizaría esa venida. Quizá, como muchos de sus contemporáneos, esperaba una venida en gloria. Y precisamente por esto, el momento en el que se presenta el arcángel Gabriel es tan sorprendente. Y no es para menos que entre el ángel y le diga que el Señor y Salvador quería encarnarse en Ella. La conmoción de la Virgen fue total: pero responde con un gran acto de fe y de obediencia: dijo “sí”. Sus palabras fueron decisivas: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”. ¡Qué maravilla convertirse en morada de Dios! ¡Qué elección tan sublime, pues la convierte en el templo donde la Belleza se hace patente en el mundo! ¡Qué título más valioso: “puerta” por la que el Señor entra en esta tierra! Besar la mano de la Virgen es pedir a la Virgen María que nos ayude a realizar lo que más necesita este mundo: ser morada de Dios, es decir, que habite en nuestra vida, que le demos cabida en nuestra existencia; que con nuestras palabras y obras se haga patente la presencia del Señor allí donde estemos; que ejerzamos este título del que nuestra Madre quiere hacernos partícipes, ser puerta a través de la cual entra Jesucristo en esta historia, en todos los ambientes y en todas las situaciones, en definitiva, es hacer visible el Amor en todos los lugares, situaciones y personas con las que nos encontremos.
3. Vivir anunciando: Siempre me ha impresionado la palabra que el ángel utilizó para dirigirse a María en su casa: “alégrate”, “regocíjate”. Y me ha impresionado porque el saludo entre los judíos era diferente, pues se decían “salhom”, es decir “paz”. ¿Por qué cuando el ángel entra en casa de la Virgen se dirige con una palabra griega, “alégrate”? Ciertamente no lo sé, pero sí sé que cuando los griegos, cuarenta años después, leyeron el Evangelio pudieron comprender que en el mismo inicio del Nuevo Testamento se había producido algo excepcional, como fue la apertura al mundo en su totalidad, a todos los pueblos, a la universalidad.
Por todo ello, quien besa la mano de la Virgen María asume el compromiso de salir, de vivir una existencia excéntrica no concéntrica, una vida no para sí mismo, asume el compromiso salir a decir a todos los hombres de todos los pueblos las mismas palabras con las que el ángel la saludó, “alégrate”, es decir, tiene que llevar la “alegría del Evangelio”. Pero hemos de hacerlo como nuestra Madre:
– En el abandono y la confianza: ¿no recordáis aquellas palabras del ángel, “no temas, María”? Ciertamente había motivos para temer, nada menos que llevar el peso del mundo sobre uno mismo, ser la Madre del Rey del Universo, la Madre del Hijo de Dios. Era un peso muy superior a las fuerzas humanas. Pero hay una consideración que os invito a vivir como lo hizo María: si tú te llevas a Dios, Él te lleva a ti. Por eso, no temas.
– En el silencio, se hace disponible totalmente para Dios: hay que saber elegir la escuela en la que se aprende de verdad a ser libre. Por eso, Ella todo lo hace en y desde la escucha de quien tiene palabras de libertad, justicia, amor y verdad. Ahora comprendemos éstas: “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19).
– En el compromiso con las necesidades de los hombres: recordemos su protagonismo en las bodas de Caná, “haced lo que Él os diga”. Es el compromiso que tiene con todos nosotros cuando, con el título de Madre de los Desamparados, nos atiende siempre.
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia