Sábado 05 de Octubre de 2013
 
Carta semanal del Sr. Arzobispo

En este mes de octubre voy a ir a veros a los cristianos de nuestra archidiócesis, a todas las Vicarías Episcopales, como lo vengo haciendo desde que estoy con vosotros como Arzobispo. Al iniciar el curso, quiero volver a recordaros que nuestra Iglesia Diocesana lleva cuatro años dejándose llevar por esa corriente del Espíritu que es el Itinerario Diocesano de Renovación. Como muchos me habéis dicho, es una bendición del Señor para todos nosotros el Itinerario Diocesano de Renovación ya que, de alguna manera, toda la Iglesia Diocesana está participando de esa corriente: unos, plenamente en los grupos del Itinerario y en todas las demás acciones que se programan; y otros, en acciones puntuales a las que os incorporáis, haciéndoos partícipes de esa riqueza que el Señor, con la fuerza del Espíritu, derrama sobre nosotros. Este año lo hacemos con un lema sugerente, con el cual se dio inicio a la Iglesia: “seréis mis testigos”. Recordad cómo después de la resurrección, cuando el Señor se apareció a los discípulos que estaban cerrados en un lugar con un miedo tremendo, Él les invita a ir por todo el mundo anunciando el Evangelio, siendo testigos de Él.

El mandato del Señor, “seréis mis testigos”, no ha dejado de hacerse realidad desde el momento en que el Señor lo indicó. Desde entonces, la Iglesia no ha dejado tampoco de ser fiel cumplidora de ese mandato y ha habido, desde los primeros momentos de la evangelización, testigos singulares que nos han ayudado a descubrir cómo hacer realidad ese testimonio. Desde la Santísima Virgen María, primer testigo del Señor que acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios, en una obediencia total expresada en su entrega incondicional; también los Apóstoles, que vivieron con el Señor y que dejaron todo para seguir al Maestro viviendo en comunión de vida con Él. Y tantos hombres y mujeres que, a través de estos veintiún siglos, entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, llegando a morir por Cristo muchos y, otros, consagrando la vida a Cristo de tal modo que, dejándolo todo, vivieron en una pobreza y sencillez evangélica dando signos concretos de la presencia del Reino de Dios entre nosotros.

¡Qué fuerza tiene la vida de estos testigos! ¡Qué belleza manifiesta toda su vida! La belleza de seguir al Señor en todos los lugares donde Él les llamaba a hacerse presentes: dando la vida por Cristo, en situaciones donde se les pedía que renegasen de Él; en el seguimiento radical del Señor, expresando con toda su vida el misterio de Cristo y, entre ellos, muchos promoviendo obras y acciones a favor de la verdad, de la justicia y del amor; otros, dando testimonio de su ser cristianos en la familia, la profesión, la vida pública. Hemos de tener esta convicción profunda: la interpretación de la Sagrada Escritura quedaría incompleta si no estamos atentos también a la vida y a la escucha de quienes han vivido realmente la Palabra de Dios, es decir, los santos.

Las grandes tareas evangelizadoras en los diversos momentos de la historia y, muy especialmente, en momentos de nacimiento de nuevas épocas, así como las grandes espiritualidades que han marcado la historia de la Iglesia, han surgido de una explícita referencia a la Escritura. Os propongo, al iniciar el mes de octubre, mes del Rosario, fijarnos por un momento en la Santísima Virgen María y, también, en San Francisco de Asís ya que, al comenzar el mes, celebramos su fiesta y el Papa Francisco visita también Asís. Dos testigos del Señor. Aprendamos con ellos a vivir el mandato del Señor, “seréis mis testigos”. Recemos el Rosario, cantemos el Himno de las Criaturas. 

La Santísima Virgen María tiene una singular importancia para ver los modos singulares en los que tenemos que anclar nuestra vida al iniciar esta nueva época en la que se nos está pidiendo que emprendamos una “nueva evangelización”. El Beato Juan Pablo II, cuando incorporó al rezo del Santo Rosario los “misterios luminosos”, nos estaba indicando ejes en los que debía estructurarse nuestra vida cristiana y nos invitaba a contemplar a María desde aquellos misterios que incorporó a su vida. Nos alentaba a contemplar el Bautismo del Señor y, en él, a vivir nuestro propio Bautismo, a vivir de la vida de Cristo que se nos ha regalado por el Bautismo, muertos al pecado y vivos para Dios, es decir, vivir en y desde el Señor. También nos animaba a vivir desde la autorrevelación que Cristo nos hace de Él en las bodas de Caná. Él se nos revela como Dios y Hombre verdadero haciendo signos, se nos muestra y nos muestra quién es Dios y quién es el hombre. Nos invitaba a escuchar la llamada del Señor a convertirnos y dar a nuestra vida un rostro nuevo, así como también a anunciar el Reino y mostrarle con nuestra vida. Se nos muestra el Señor en el monte de la Transfiguración y se nos invita a subir a la montaña como Pedro, Santiago y Juan, para entrar en una relación con Dios con tal hondura que sintamos ganas de decir: ¡qué bien estamos aquí! Y, por último, se nos invita a vivir de la Eucaristía –cuya institución es una llamada a vivir en comunión con Cristo–, provocando en nuestra misma vida una estructura eucarística –“tomad y comed”, “tomad y bebed”– para, alimentados y fortalecidos por Cristo, dar la vida siempre y no guardarla. Nuestra vida es, como la de Cristo, para los demás.

San Francisco de Asís es un testigo singular al que hay que acercarse en estos momentos en que nace una nueva época, en la que hay que construir un escenario diferente para anunciar a Jesucristo y hacerlo creíble con la “nueva evangelización”. Sobre el santo de Asís, nos cuenta Tomás de Celano que “al oír que los discípulos de Cristo no han de poseer ni oro, ni plata, ni dinero; ni llevar alforja, ni pan, ni bastón en el camino; ni tener calzado ni dos túnicas, exclamó inmediatamente, lleno del Espíritu Santo: ¡Esto quiero, esto pido, esto ansío hacer de todo corazón!” (Tomás de Celano, La vita prima di S. Francesco, X, 22: FF 356). ¡Qué cambio realiza en su vida! Participa en la vida política de Asís, forma parte del ejército, tiene el ideal de la caballería, quiere lograr una justicia mayor. Sin embargo, en el camino de su vida tiene una visión que desconocemos en sus particulares circunstancias, y ya no quiere ni ser mercader ni caballero. Al principio nadie le comprende. Dedica entonces su vida a la oración y a la asistencia a los pobres, en particular a los leprosos. Una voz divina le invita a reconstruir la Iglesia, que él lo entiende literalmente, al principio, reconstruyendo la iglesia de San Damián. Hace una opción por una vida diferente, no monástica, sí mendicante. Quiere evangelizar la tierra entera abrazando la pobreza y fiándose sólo de Dios, predicando a los hombres la vida divina manifestada en Jesús. Pero había una condición para esta predicación: la vida santa del predicador, su condición mística, con signos de renuncia al poder humano, únicamente quería mostrar que el poder sobre los hombres sólo es de Dios y no lo da ni el dinero, ni las riquezas. Se es sólo en Dios.

Los testigos pueden ayudarnos a entrar en esta corriente del Espíritu que es el Itinerario Diocesano de Renovación, en el seguimiento de Jesús, tras sus huellas, escuchando, acogiendo y adhiriéndonos a Él, en grupo, fraternalmente, con un método que es la “lectio divina”. Para ser “testigos”, vayamos tras las huellas de los testigos.

Con gran afecto, os bendice

+ Carlos, Arzobispo de Valencia

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