Por Martín Gelabert, vicario episcopal para la Vida Consagrada

Vicario Episcopal para la Vida Consagrada

  • Domingo 15 de junio, «Pro Orantibus», día dedicado a la vida contemplativa

El domingo de la Santísima Trinidad la Iglesia celebra la jornada “pro orantibus”, o por aquellas y aquellos que oran, este año con el lema: “orar con fe, vivir con esperanza”. Orar es lo propio de todo cristiano, pero en este domingo se nos invita a acordarnos en nuestra oración de aquellas y aquellos que tienen lo que se conoce como vocación contemplativa, o sea, de las monjas y los monjes que no se dedican a ninguna actividad apostólica, sino a orar por las necesidades de la Iglesia y del mundo. Su vida diaria, su horario, está organizado en torno a distintos momentos de oración. Ahí está lo peculiar de esta modalidad de vida consagrada, conocida como vida contemplativa.

¿Qué es lo que contemplan? Contemplan al Dios vivo y verdadero. Pero a este misterio adorable solo se lo contempla y conoce a través de mediaciones. Una de las principales mediaciones del conocimiento de Dios es la escucha de su Palabra y la respuesta a esta Palabra por medio de la oración. Eso no impide, sino que incita a recurrir a otras mediaciones, la primera de todas, la fraternidad entre las hermanas y los hermanos que viven en el mismo monasterio. Pero también la fraternidad con todos los seres humanos.

Por eso, las monjas y los monjes procuran estar bien informados de las necesidades de la Iglesia y de la humanidad, para que su oración no sea genérica, sino concreta, una oración en la que contemplan la pena de las personas y las heridas de nuestra sociedad como un reflejo de la pena de Dios. Y en estos tiempos de guerra oran cada día por la paz, por el entendimiento entre las personas y los pueblos.

En este año jubilar dedicado a la esperanza es oportuno recordar que una de las principales manifestaciones de la esperanza cristiana es la oración. El que ora, el que pide es porque espera; y en función de lo que pide, se sabe lo que espera. “La oración es intérprete de la esperanza”, decía Tomás de Aquino. Las personas de esperanza rezan. “Un hombre desesperado no reza, porque no espera”; igualmente, “un hombre seguro de su poder y de sí mismo no reza, porque confía únicamente en sí mismo” (Ratzinger). En función de lo que pedimos, sabemos lo que deseamos y lo que esperamos conseguir.

Aquellas y aquellos que viven una vocación contemplativa y orante son personas de esperanza, no de cualquier esperanza, sino de la Gran Esperanza, la esperanza en las promesas de Dios que superan todo deseo. Una vocación contemplativa bien vivida (insisto en lo de bien vivida) es un claro testimonio de que Dios nos ama incondicionalmente, de que para Dios cada uno somos importantes, hasta el punto de que “cuando parece que todos nos ignoran, que a nadie le interesa lo que nos pasa, que no tenemos importancia para nadie, él nos está prestando atención” (Francisco), mucha atención, toda su atención, que es divina.

Martín Gelabert Ballester, O.P.
Vicario Episcopal para la Vida Consagrada

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