Del Semanario Alfa y Omega  22 de febrero 2024

Vincenzo Paglia: «Vivimos 20 años más. ¿Para hacer qué?»

El presidente de la Pontificia Academia para la Vida ha presentado en España la apuesta italiana por la atención a los mayores a domicilio

María Martínez López 

Vincenzo Paglia
Paglia preside la Pontificia Academia para la Vida desde septiembre de 2016. Foto: CNS.

En un movimiento inédito, el Gobierno italiano de centro-izquierda encargó en septiembre de 2020 a Vincenzo Paglia, presidente de la Pontificia Academia para la Vida, presidir la Comisión para la Reforma de la Asistencia a los Ancianos. Pretendía hacer frente a las carencias desveladas durante la pandemia. De ella surgió la Carta de derechos de los ancianos y de los deberes de la sociedad y una ley de atención a las personas mayores aprobada en 2023 por unanimidad. «Esto demuestra la importancia de la cuestión y el buen trabajo realizado», asegura Paglia a Alfa y Omega. Acaba de visitar España para debatir sobre ello con María Luisa Carcedo, exministra de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, en la Fundación Pablo VI.

¿Qué aspectos de la nueva ley han entrado ya en vigor?
Para avanzar a pleno rendimiento necesitamos algunos años. Pero ya ha empezado la fase de experimentación. La ley prevé una atención domiciliaria sociosanitaria integrada, una acción que llega hasta el domicilio de las personas mayores y favorece también el cohousing, que los mayores se unan para vivir juntos. En definitiva, se trata de hacerse cargo de todos los ancianos y ayudarlos en función de las necesidades que vayan surgiendo, pero teniendo como centro su domicilio. De este modo están mejor, precisamente porque se los cuida, con un ahorro sanitario considerable.

Este proceso, liderando incluso un comité político, ¿ha sido un aprendizaje sobre las posibilidades de colaborar con distintos actores?
La pandemia hizo emerger con fuerza el problema de los cuidados: demasiados ancianos murieron en centros, solos. Las cifras convencieron a los gobiernos italianos desde 2020 hasta hoy de que era necesario cambiar el modelo y, sobre todo, la filosofía subyacente. Con la Comunidad de Sant’Egidio llevamos cuidando a ancianos, casi todos abandonados, desde los años 70. Aproveché esa gran experiencia para llevar a la opinión pública este problema.

Lo ha abordado con la exministra de Sanidad española. También aquí se ha promovido cambiar las residencias, con grupos más pequeños. ¿Basta eso?
La ley italiana se mira con interés en el extranjero porque presenta soluciones y se basa en un modelo de atención que se puede replicar. Se trata de abrir los hospitales al territorio: la asistencia es más eficaz y se ahorran costes. No hay que olvidar que el crecimiento de la población anciana afecta a toda Europa. Todos vivimos entre 20 y 30 años más. ¿Para hacer qué? Es una pregunta a la que no podemos dejar de responder.

La Pontificia Academia para la Vida cumple 30 años, y cinco de la carta Humana communitas, en la que el Papa les ampliaba horizontes. No les han faltado críticas. ¿Cómo encaja lo que pedía Francisco con los objetivos originales de san Juan Pablo II?
Creo que la academia trabaja en plena continuidad con el mandato recibido de san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. Ciertamente, en 30 años, el mundo ha cambiado. Los desafíos para la defensa de la vida humana se han ampliado. Como dije, vivimos más años. Es una edad que hay que inventar para vivirla con dignidad. Hay un problema de calidad de vida que también se ve a menudo agravado por la falta de asistencia sanitaria. Así pues, las cuestiones de distribución de recursos, de equidad, de posibilidades de desarrollo, están siempre en el centro de la atención; al igual que el compromiso con la natalidad y para contrarrestar una mentalidad eutanásica. Al mismo tiempo, es necesario ampliar la noción de «vida», que no mire solo las fases iniciales y finales sino todas. Por último, para vivir es necesario tener un planeta sano en el que hacerlo.

En su reciente Asamblea Plenaria se han preguntado qué es el hombre ante retos como la hibridación, la inteligencia artificial, el transhumanismo… ¿Es fácil traducir el fruto de reflexiones tan profundas para afrontar de manera concreta estas tecnologías?
Más que «qué es el hombre», debemos preguntarnos «quién es el hombre». Necesitamos un diálogo entre los distintos saberes, entre humanistas y científicos, para comprender el alcance del desafío. La ética que hay que elaborar exige poner en juego los mejores conocimientos disponibles para profundizar en los fenómenos. Requerirá una actitud humilde, consciente de los límites del conocimiento y de la incertidumbre sobre los efectos de las intervenciones. Pero también un enfoque amplio, decidido a movilizar la imaginación y la voluntad para dar nuevo impulso a las instancias supranacionales que puedan favorecer una comunidad efectiva de los pueblos y transformar la interdependencia en una opción política —y cultural— por una convivencia fraterna de toda la familia humana.

Print Friendly, PDF & Email