5º DOMINGO DEL TEMPO ORDINARIO  (Ciclo B) Par Año 2024

El encuentro con Jesús, Médico misericordioso

Lectio Divina Marcos 1, 29-39        4 de Febrero 

Oración inicial

Señor, no curan las heridas y males del alma una hierba ni un bálsamo, sino tu Palabra, que todo lo sostiene y crea, siempre nuevo cada día. Acércate a nosotros y extiende tu mano fuerte, para que asidos a ella, podamos dejarnos levantar, podamos resucitar y comenzar a ser tus discípulos, tus siervos. Jesús, Tú eres la Puerta de las ovejas, la puerta abierta en el cielo: a Ti nos acogemos, con todo lo que somos y llevamos en el corazón. Llévanos contigo, en el silencio, en el desierto florido de tu compañía y allí enséñanos a rezar, con tu voz, con tu palabra para que también nosotros lleguemos a ser anunciadores del Reino. Manda ahora sobre nosotros tu Espíritu con abundancia para que te escuchemos con todo el corazón y con toda el alma. Amén.

Lectio (Lectura) ¿Qué dice el texto?

Para colocar el pasaje en su contexto:

En continuidad con los vv. precedentes (21-28), el pasaje describe la conclusión de una jornada típica de Jesús.  Aquí está en Cafarnaún, un día de Sábado, y, después de haber participado en la liturgia sinagogal, Jesús continúa la celebración de la fiesta en la casa de Pedro, en un clima familiar.

Con el ocaso del sol, terminado el descanso, Jesús continúa su ministerio, extendiéndolo a toda Galilea. El Evangelio nos presenta tres secuencias, que no es una crónica, para que yo sepa lo que ha hecho Jesús en Cafarnaún, sino que revelan el misterio grande de la salvación de Cristo, que trastorna mi vida. Puede ayudar el estar atentos al recorrido que Jesús hace: de la sinagoga a la casa, al desierto, hasta todas las aldeas de Galilea.

Y también en el trascorrer de los tiempos que subraya el evangelista: al llegar la tarde, o sea al ocaso del sol y la mañana inmersa todavía en la obscuridad.

Para ayudar en la lectura del pasaje:

vv. 29-31: Jesús entra en la casa de Pedro y acoge la súplica de los discípulos, curando la suegra de Pedro, que yace en el lecho con fiebre.

vv. 32-34: Pasado el sábado, Jesús cura muchos enfermos y endemoniados, que le han traido.

vv. 35-39: Jesús se adelanta a la luz en la oración, retirándose a un lugar solitario, pero muchos lo siguen, hasta que consiguen encontrarlo. Él los lanza consigo, hacia un ministerio más amplio, que abraza toda la Galilea

Evangelio Marcos 1, 29-39 
29 Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. 30La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. 31Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. 32Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; 33la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. 34Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios.Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.
35De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. 36Simón y sus compañeros fueron en su busca; 37al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan.»  38Él les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido.» 39Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

Momento de silencio orante: Entro en el silencio que Jesús me ha preparado con su obra de  curación profunda, con su oración que disipa la noche. Dispongo mi ser, a buscar a Jesús, sin cansarme y a seguirlo, adonde Él me lleve.

Meditacio (Meditación) ¿Que nos dice el texto?

Algunas preguntas que pueden ayudar a mis oídos espirituales a escuchar más profundamente y a los ojos de mi corazón a contemplar, hasta encontrar la mirada de Jesús.

a) Jesús deja la sinagoga para entrar en la casa de Pedro, que se convierte en el centro luminoso de su obra de salvación. Pruebo a seguir el recorrido de Jesús: El llega hasta el sitio más íntimo de la casa, a saber, la alcoba con el lecho. Reflexiono, buscando y mirando, el “camino” que está dentro de mí, casa de Dios. ¿Dejo a Jesús la posibilidad de recorrer este camino hasta el fondo, hasta el corazón?

Observo y tomo nota de los gestos de Jesús: Entra rápido, se acerca, toma la mano, levanta. Son términos típicos de la resurrección. ¿No siento al Señor que me dice también a mí:”¡ Álzate, resucita, nace de nuevo!”?

Noto la insistencia sobre la obscuridad: ocaso del sol, todavía obscuro¿Por qué? ¿Qué significa y qué otros términos puede añadir a estas expresiones? “Todos delante a la puerta de Jesús” Estoy también yo en medio de aquellos todos.

Me resuena en el corazón aquella palabra de Jesús, que dice: “Llamad y se os abrirá”. Pruebo a imaginarme la escena: alzo la mano y llamo a la puerta de Jesús. Él abre. ¿Qué le diré? ¿Y cómo me responderá Él? Lo conocían.

Me pregunto sobre mi relación con el Señor. ¿Lo conozco verdaderamente?¿O sólo he sentido hablar de Él, como afirma Job?

Me miro dentro y pido a Jesús que me ayude en esta relación de descubrimiento, de acercamiento, de comunión y de compartir con Él. Trato de recordar los versículos que puedan ayudarme: “Hazme conocer, Señor, tus caminos”, “Muéstrame tu rostro” Jesús ora en un lugar desierto. ¿Tengo miedo de entrar yo también en esta oración, que atraviesa la noche y precede a la luz? ¿Tengo miedo de los tiempos de silencio, de soledad, de compañía a solas con Él? 

Noto el tiempo imperfecto del verbo oraba , que indica una acción calmada, prolongada, profunda. ¿Tiendo, a veces, a huir, a no quererme parar?

Las huellas de JesúsEs una bella expresión que me recuerda el manuscrito de Santa Teresa del  Niño Jesús, donde ella dice que las huellas luminosas de Jesús se hayan diseminadas a lo largo de las páginas del evangelio. Reflexiono. ¿Me he comprometido alguna vez a seguir estas huellas, a veces bien marcadas, a veces casi imperceptibles? ¿Sé reconocerlo, a lo largo de los senderos del tiempo y de la historia de cada día, la mía y la de todos los hombres? ¿Hay una huella especial de Jesús, un impronta indeleble, que haya dejado en la tierra de mi corazón, de mi vida?

b) Hago una pausa sobre los últimos versículos y traigo a la luz los verbos de movimiento, de acción: Vamos a otro lugar, para predicar, he venido, fue, predicando. Sé que yo también he sido llamado para caminar y hacerme anunciador del amor y de la salvación de Jesús. ¿Estoy dispuesto, con la gracia y la fuerza que viene de esta Palabra que he meditado, a tomar ahora un compromiso concreto, preciso, aunque sea pequeño, de anunciar y evangelizar? ¿Hacia donde iré? ¿Qué pasos decido dar? 

Una clave de lectura:

Puedo hacer algunos recorridos de profundidad, que me ayuden a entrar más aun en diálogo con el Señor, escuchando su Palabra.

El paso de la sinagoga a la Iglesia 

La sinagoga es la madre, pero la Iglesia es la Esposa. Jesús, que es el Esposo, la revela y nos hace conocer la belleza y el esplendor, que ella nos irradia. Si probamos a seguirlo, en los evangelios, nos damos cuenta que Jesús nos conduce, en un camino de salvación, de la sinagoga a la Iglesia. Marcos, como también Lucas, insiste mucho sobre el nexo que Jesús instaura con la sinagoga, que llega a ser el lugar privilegiado y sagrado de su revelación, el lugar de sus enseñanzas. Leo, por ejemplo, Mc 1,21 y Mc 6,2, o también Lc 4, 16 y 6,6, también Jn 6,59; durante la pasión, Jesús dirá delante de Pilato que Él siempre ha  enseñado abiertamente, en la sinagoga y en templo (Jn 18,20). Pero es además el lugar de las curaciones, donde Jesús se revela como potente Médico, que cura y salva: por ejemplo, en Mc 1, 23 y 3,1: Esta doble acción de Jesús se convierte en el puente a través del cual se pasa a la nueva casa de Dios, casa de oración para todos los pueblos, o sea la Iglesia (Ef 5,25), porque Él es la cabeza (Ef 1, 22; 5,23), con su propia sangre la ha comprado (At 20,28) y no cesa de alimentarla y cuidarla (Ef 5, 29). Ella es el edificio espiritual constituido de piedras vivas, que somos nosotros, como dice San Pedro (1 Pt 2, 4s). La vida surge de nosotros, como agua de la roca, si nos abandonamos en el Señor (Ef 5,24) en un don recíproco de amor y confianza, si perseveramos en la oración insistente y por todos (At 12,5) y si participamos en la pasión del Señor por la humanidad (Col 1,24). La iglesia es la columna y el sostén de la verdad (1 Tim 3,15), es bello caminar en ella, unidos a Cristo el Señor.

La fiebre como signo del pecado

Como dice la misma etimología de la palabra griega, la fiebre es como un fuego que se enciende dentro de nosotros y nos consume de modo negativo, atacando nuestras energías interiores, espirituales, haciéndonos incapaces de cumplir el bien. En el salmo 31, por ejemplo, encontramos una expresión muy elocuente, que puede representar bien la acción de la fiebre del pecado en nosotros: Tornóse mi vigor en sequedades de estío. Te confesé mi pecado..,(Sal 31,4s). El único modo para ser curados, en efecto, es el ya visto en el evangelio, a saber, la confesión, el llevar delante del Señor nuestro mal. El libro de la Sabiduría revela otro aspecto muy importante, allá donde dice que un fuego devorará a aquellos que rechazan conocer al Señor (Sab 16, 16). También en el Deuteronomio la fiebre se señala como una consecuencia de la lejanía de Dios, de la dureza del corazón, que no quiere escuchar su voz y seguir sus caminos (cfr. Dt 28, 15.22; 32,24).

Jesús médico misericordioso

Este pasaje del Evangelio, como muchos otros, nos ha hecho encontrar con Jesús, que como verdadero médico  y verdadera medicina, se acerca a nosotros para alcanzarnos en los puntos más heridos, más enfermos y traernos su curación, que es siempre salvación. Él es el samaritano, que a lo largo del camino de la vida, nos ve con certeza, con mirada aguda y amorosa y no pasa de largo, sino que se acerca, se inclina, venda las heridas y deja caer sobre ellas la buena medicina que lleva en su corazón. Son muchísimos los episodios en el Evangelio que narran las curaciones obradas por Jesús; puedo buscar algunas, aunque sea limitándome al Evangelio de Marcos: Mc 2,1-12; 3,1-6; 5,25-34; 6,54-56; 7,24-30; 7, 31-37; 8, 22-26; 10, 46-52: Puede ayudarme en un trabajo para profundizar y confrontar, para meter dentro de mí las características de Jesús, que cura y, así, recibir también yo, a través de la escucha profunda de su Palabra, la curación interior y de todo mi ser. Por ejemplo, hago una parada en los verbos, sobre los gestos específicos que Jesús cumple y que se repiten en muchas de estas narraciones y pongo todavía más a la luz las palabras que Él dice. Me doy cuenta que no son muchos los gestos de Jesús para curar, sino su palabra: álzate y ve; vete en paz; ve, tu fe te ha salvadoRaramente hace Él gestos especiales que atraigan la atención y que asombren; encuentro estas expresiones: lo tomó por la mano, llevándolo a parte; puso, impuso las manos. Resuena en estas narraciones, la palabra del salmo que dice: Envió su palabra y los curó (Sal 106, 20). Jesús es el Señor, Áquel que cura, como ya proclamó en el libro del Éxodo (Ex 15,26) y puede serlo porque Él mismo carga sobre si nuestra enfermedad, nuestros pecados: Él es un Médico herido, que nos cura con sus heridas (cfr 1 Pt 2, 24-25).

La tarde, las tinieblas transfiguradas por la luz de Cristo

El tema de la noche, de la obscuridad, de las tinieblas, atraviesa un poco toda la Escritura, desde los primeros  versículos, cuando la luz aparece como la primera manifestación de la fuerza del amor de Dios, que crea y salva. A las tinieblas sigue la luz, a la noche el día y paralelamente la Biblia nos hace ver que también a la obscuridad interior que puede invadir al hombre, sigue la luz nueva de la salvación y del encuentro con Dios, del abrazo en aquella mirada suya luminosa que embelesa. Por ti las tinieblas son como la luz, dice el salmo (138,12) y es verdad, porque el Señor es la misma luz: El Señor es mi luz y mi salvación(Sal 26,1). En el Evangelio de Juan, Jesús afirma de si mismo que es la luz del mundo (Jn 9,5), para indicarnos que quien Le sigue no camina entre tinieblas; de hecho, es Él quien, como Palabra de Dios, se convierte en lámpara para nuestros pasos en este mundo (Sal 118,105).

Las tinieblas son muchas veces asociadas con las sombras de la muerte, por decir que la obscuridad espiritual es igual a la muerte; puedo leer, por ejemplo, el salmo 87, 7; 106,10.14. El brazo fuerte del Señor no teme la obscuridad, sino que en ella Él nos apresa y nos hace salir, rompiendo las cadenas que nos oprimen. Sea la luzes una palabra eterna, que Dios no se cansa nunca de pronunciar y que alcanza a todo hombre, en toda situación.

Quédate , Señor, con nosotros, porque se hace tarde(Lc 24,9); es la oración de los dos de Emaús, pero puede ser la oración de todos; así como las palabras de la esposa en el Cántico resuenan también en nuestros labios: ¡Antes que se alarguen las sombras, regresa, o amado mío! (T 2,17)

San Pablo nos ayuda a hacer un recorrido interior muy fuerte, que nos acerca a Cristo y nos salva del pecado. Así nos invita: La noche está avanzada, el día esta cercano. Arrojemos pues las obras de las tinieblas y vistamos las armas de la luz(Rm 13,12); Todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día; nosotros no somos de la noche, de las tinieblas (1 Tes 5,5ss.). Pero también de otras muchas maneras la Palabra nos invita a hacernos hijos de la luz, y a exponernos a los rayos del Sol divino, que es Jesús, el Oriente, para ser iluminados y transfigurados. Cuanto más nos apropiemos de la luz de Cristo, tanto más verdad será para nosotros la palabra del Apocalypsis: No habrá para ellos noche, ni necesitarán de luz de lámpara, ni de luz, ni de sol, porque el Señor Dios los iluminará y reinarán por los siglos de los siglos(Ap 22,5).

 Oratio (Oración) ¿Qué decimos nosotros al Señor como respuesta a su Palabra?
Salmo 29

Canto de acción de gracias por la liberación de una gran prueba

En tus manos Señor encomiendo mi vida

Te ensalzo, Yahvé, porque me has levantado,
no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Yahvé, Dios mío, te pedí auxilio y me curaste.
Tú, Yahvé, sacaste mi vida del Seol,
me reanimaste cuando bajaba a la fosa.
Cantad para Yahvé los que lo amáis,
recordad su santidad con alabanzas.
Un instante dura su ira, -su favor toda una vida;
por la tarde visita de lágrimas,
por la mañana gritos de júbilo.
Al sentirme seguro me decía: «Jamás vacilaré».

Tu favor, Yahvé, me afianzaba
más firme que sólidas montañas;
pero luego escondías tu rostro
y quedaba todo conturbado.
A ti alzo mi voz, Yahvé,
a mi Dios piedad imploro:
¿Qué ganas con mi sangre, con que baje a la fosa?
¿Puede el polvo alabarte, anunciar tu verdad?
¡Escucha, Yahvé, ten piedad de mí!
¡Sé tú, Yahvé, mi auxilio!
Has cambiado en danza mi lamento:
me has quitado el sayal, me has vestido de fiesta.
Por eso mi corazón te cantará sin parar;
Yahvé, Dios mío, te alabaré por siempre.
Oración final

Señor, deseo alabarte, bendecirte y darte gracias con todo el corazón por esta tu Palabra, escrita para mí, hoy,  pronunciada por tu Amor por mí, porque Tú me amas verdaderamente. Gracias, porque has venido, has bajado, has entrado en mi casa y me has alcanzado precisamente allí donde estaba enfermo, donde me quemaba una fiebre enemiga; has llegado allí donde yo estaba lejano y solo. Y me has abrazado. Me has cogido de la mano y me has levantado, devolviéndome la vida plena y verdadera que viene de Ti, la que se vive junto a Ti. Por ahora soy feliz, Señor mío. 

Gracias porque has atravesado mi obscuridad, has vencido la noche con tu potente oración, solitaria, amorosa; has hecho resplandecer tu luz en mi, en mis ojos y ahora yo también veo de nuevo, estoy iluminado por dentro. También yo rezo contigo y también crezco gracias a esta oración que hemos hecho juntos.

Señor, gracias porque me lanzas hacia los otros, hacia mundos nuevos, fuera de las puertas de la casa.  Yo no soy del mundo, lo sé, pero estoy y quedo dentro del mundo, para continuar amándolo y evangelizándolo. Señor, tu Palabra puede hacer el mundo más bello.

Gracias, Señor. Amén.

 


Lecturas del Domingo 5º del Tiempo Ordinario

Ciclo B Par

1ª LECTURA
JOB 7, 1-4. 6-7

Job habló diciendo:
«¿No es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra,
y sus días como los de un jornalero?; como el esclavo, suspira por la sombra; como el jornalero, aguarda su salario.
Mi herencia han sido meses baldíos, me han asignado noches de fatiga.
Al acostarme pienso: «¿Cuándo me levantaré?» Se me hace eterna la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba.
Corren mis días más que la lanzadera, se van consumiendo faltos de esperanza.
Recuerda que mi vida es un soplo, que mis ojos no verán más la dicha».

SALMO RESPONSORIAL
SAL 146, 1-2. 3-4. 5-6

R. ALABAD AL SEÑOR, QUE SANA LOS CORAZONES DESTROZADOS.
Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel. R/.
Él sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre. R/.
Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados. R/

2ª LECTURA
1ª CORINTIOS 9, 16-19. 22-23

Hermanos:
El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo.
No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!
Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga.
Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio.
Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio.
Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos.
Y todo lo hago por causa del Evangelio, para participar yo también de sus bienes.

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